-¿Podrías decirme, por favor, qué camino he de tomar para salir de aquí?- preguntó Alicia.
- Depende mucho del punto adonde quieras ir- respondió el Gato de Cheshire.
- Me da casi igual dónde.
- Entonces no importa qué camino sigas- dijo el Gato.
- … siempre que llegue a alguna parte- reflexionó Alicia.
Lewis Carroll: Alicia en el país de las maravillas

Agustina Cano

La sonoridad de la llamada  (Jack London)

Mi versión de la historia

Al ganar mil seiscientos dólares en cinco minutos para John Thornton, Buck permitió que su amo pagara ciertas deudas y que saliera de viaje  con sus socios hacia el este en busca de una legendaria mina perdida, cuya historia era tan vieja como la historia del país. Muchos hombres la habían buscado, pocos la habían encontrado, y aún menos habían regresado tras la búsqueda.
Esta mina perdida estaba impregnada de tragedias y envuelta en un velo de misterios. Nadie sabía quién fue el primer hombre que la descubrió.
Desde los tiempos más  remotos había allí una cabaña vieja y destartalada. Hombres agonizantes habían jurado que existía, al menos que había una cabaña que indicaba su ubicación.
Pero no había hombre vivo que hubiera  sido capaz de saquear el tesoro de la casa y los muertos, muertos estaban; por lo tanto John Thornton, Pete y Hans, junto con Buck y media docenas de perros se pusieron en marcha hacia el este por un camino desconocido para intentar conseguir lo que otros hombres y otros perros tan buenos como ellos no habían logrado.
Llegó la primavera y tras tan largo viaje llegaron, no a la cabaña perdida, sino a un arenal que contenía partículas de oro. Era un valle muy amplio donde el oro brillaba. No buscaron más.
Al pasar los días, Buck fue escuchando una llamada que todavía sonaba en las profundidades, que lo llenaba de una gran inquietud y extraños deseos, que le hacía sentir una alegría vaga y dulce y también añoranza y agitación salvaje; y no sabía bien por qué.